ELEGÍA

 

Pienso en la muerte.

 

Imagino el último silencio de mis abuelos

el último color de los ojos

un balbuceo opaco

cuando ya empezaba a aletear la sordera de lo ido para siempre.


Ni el padre de mi madre

Ni el padre de mi padre

tienen cuerpo para mí.

Muertos desde hace tanto.

Todavía no han sido viejos

les bullía la vida, pienso,

como a mí ahora

los hijos corriendo

la casa sin terminar

llegar a fin de mes

de sol a sol, hasta fin de mes.

 

Pienso en la muerte y pienso en mis abuelos.

Debo esforzarme para recordar sus nombres: Ramón. Ubaldo.

Cómo puede alguien que muere tan pronto hacerle crecer más edades a la sangre?

Cómo se es nieta de alguien que está muriendo desde antes de nacer-me?

Qué forma tienen las manos que ya no amansan caballos

que ya no peinan el bigote

que no pueden tocar siquiera la transparencia del tiempo?

Si no pueden contar los años

Si no tienen voz los muertos

Si no huelen a nada


Nos encontramos en ese espiral de nacer-morir ellos y yo?

Mueren de nuevo cada vez que su sangre se crece hacia otro que nace?

Nos igualamos en la ausencia mutua

en el vértigo de desconocernos?

 

Pienso en la muerte.

Los imagino envejeciendo sin cuerpo

rezongando sin cuerpo

aprendiendo a nombrar a mis hijos

y reconociendo en ellos una manera de andar.

Los imagino leyendo este poema

leyendo sus nombres

y negando todo lo que creo que sé.

 

Pregunto.

Alguien recorta pedacitos de memoria con los dedos para dármelos:

Un carro con verduras. Con barras de hielo.

El frigorífico.

Pescar en el arroyo. Cazar patos.

Un balde de albañil.

Pucho entre los labios.

Rostro serio y silencioso.

Pregunto.

Lo que pueda decir es ligero e inasible.

Armo con lo que tengo dos fotos en blanco y negro.

Los encuentro.

Los lloro como si acabaran de llegar.


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